La violencia es el tipo de interacción entre sujetos que se manifiesta en aquellas conductas o situaciones que, de forma deliberada, aprendida o imitada, provocan o amenazan con hacer daño o sometimiento grave a un individuo o a una colectividad; o los afectan de tal manera que limitan sus potencialidades presentes o las futuras. Puede producirse a través de acciones y lenguajes, pero también de silencios e inacciones.
Si leíste el párrafo anterior bien, si no hazlo de nuevo, termina diciendo «pero también de silencios e inacciones». Silencios e inacciones.
Cuando hablamos de violencia de género hay dos cosas que nos llegan de inmediato a la mente: Una mujer y un maltrato hacia ella. Luego, la tercera imagen, es el maltratador, un hombre. Quizás un macho, quizás alguien que, incompleto, intenta mantener en sumisión o en control una situación de pareja. Y ahí tenemos la trifécta. Mujer maltratada por un hombre. Y ese maltrato regularmente es violento, a veces es sentimental, otras es económico, y algunas es ideológico.
Pero del maltrato silencioso no se habla mucho, del maltrato que no se hace con acciones, sino que calladito en el rincón también se maltrata.
Es aquel en el que tu maltratador pasa por ser el más bueno del mundo contigo mientras te está destrozando la vida. Pero no te atreves a contarlo por que sería como ofender a las personas que si son maltratadas físicamente, y te sientes fuera de lugar levantando la voz. Te sientes una persona tonta por el echo de que te afecte. Y callas.
El resultado de ese mecanismo destructivo es que a veces te sientas una persona fracasada (aunque no desistas en superarte) y sin demasiadas fuerzas ni ilusión para mejorar nada. Es una tortura, lenta, silenciosa, que jamás llega a lo físico, pero castrante. Castra el espíritu, castra la voluntad, tu autoestima, tu autorespeto.
Esos «golpes invisibles» van domando tus acciones. Tu maltratador va dejando moretones con sonrisas seguidas de alejamientos en la misma casa, sin «te quieros» al ir a la cama, con una espalda en lugar de un abrazo, sin que te replique nada, sólo deambulando por tú casa, por tú vida; mientras tratas de encontrar alguna razón del porqué está así y vas acotando tus acciones a las que hacen que aquella sonrisa esporádica vuelva de nuevo.
Muchas veces sin siquiera saberlo, sin la intención de hacerlo, tu maltratador simplemente cree que su conducta es correcta, no le va nada de malo por que jamás te golpearía, no te insultaría, te quiere y te cuida. Pero ese comportamiento destructivo se va encaminado a quebrantar tu personalidad. La intensidad del efecto de una tortura se encuentra determinada por la sensibilidad de cada persona, su cultura, su historia social, familiar.
Es increíble como este tipo de violencia es mucho más común de lo que se cree, porque la gente no sabe que está siendo violentada, asume que ese comportamiento es algo natural, que es simplemente el temperamento de su pareja; aún peor, no sabe que es el violentador, que es quien está maltratando y torturando, cree que sus acciones son correctas. Ninguno se da cuenta de lo que está pasando, hasta que la bomba explota por algún lado.
Sí llegaste hasta aquí en el texto de seguro siempre estuviste viendo en tu mente a una mujer en el caso de la persona maltratada y un hombre en el caso del maltratador. Ahora cambia los papeles, si puedes relee el artículo sabiendo que la violencia de género funciona en ambos sentidos, y te darás cuenta que este tipo de violencia es muy común y son las mujeres la que más la aplican. Y nadie, nadie, está dispuesto a aceptarlo, hasta que la bomba explota por algún lado.